Nuestra forma actual de definir y “ver” la realidad material aún está inconcientemente influenciada por los postulados de la física clásica, mecanicista, desarrollados por Isaac Newton a fines del siglo XVII. El universo que define esta física es un universo de materiales sólidos. Un planeta y un átomo difieren en tamaño pero son objetos sólidos que responden de igual manera a las leyes físicas.
Esta teoría es simple y describe correctamente la realidad cotidiana, por eso la seguimos usando, pero ya a principios del siglo XIX Faraday y Maxwell ven que esta teoría “hace agua” al describir el comportamiento de fenómenos de índole energética como la luz, la electricidad, el magnetismo entre otros, postulando la teoría de los campos. Esta nueva teoría demostró y comprobó que existen naturalmente campos eléctricos, magnéticos, electromagnéticos, etc…que posteriormente también fueron creados artificialmente por el hombre.
Lo revolucionario de este concepto consistió en la comprobación de que la información contenida en la energía movilizada o “transmitida” en un punto del campo, se propaga y puede ser recibida o “sintonizada”, en otro punto sin que exista ningún nexo material entre ambos puntos.
Esta teoría le reveló a la ciencia un universo de campos de energía que coexiste con el universo sólido y material de Newton.
Einstein, con su famosa ecuación E=mc2, avanza aun más en esta paradoja, demostrando que materia y energía son solo dos estados distintos, dos polos, dos manifestaciones, de la misma cosa.
La materia está compuesta por energía pura que baja su nivel de vibración para organizarse, estructurarse y solidificarse. La energía, en cambio, es materia que aumentó su nivel vibracional para poder liberarse de su estructura.
En un plano más filosófico y existencial, la ridícula pelea entre materialistas y espiritualistas, representada arquetípicamente por el pensamiento Occidental vs la cosmovisión Oriental, debería llegar a su fin, dado que de acuerdo al descubrimiento de Einstein ambos tienen razón, pero cada uno tiene la mitad de la verdad.
Desde el materialismo, la realidad no es “maya”, ilusión. Si nos pegan con un palo en la cabeza, duele. En consecuencia, deberíamos emplear “idealmente” la mitad de nuestra atención en aprender del modo más adecuado y “adulto” posible las reglas del plano de la existencia material. Una vez conocidas y “aceptadas” estas reglas, hasta podríamos colaborar en su mejoramiento.
Sin negar lo material y partiendo de los límites y posibilidades del espacio- tiempo, podemos aumentar el nivel de vibración y elevarnos hacia un plano energético, y espiritual. Es decir acercamos la tierra al cielo, elevando lo terrenal (sin negarlo) hacia lo espiritual.
Desde el otro polo del espiritualismo, somos energía y vivimos inmersos en un universo de naturaleza energética. Esta energía, simplificando, es “eterna” y trasciende los límites espaciales y temporales de la materia. “Idealmente”, también, deberíamos emplear la mitad de nuestra atención en aprender y manejar del modo más adecuado y “adulto” posible las reglas del plano de existencia energética.
Sin negar la energía “sintonizamos” con ese plano, extraemos información y bajamos su nivel vibratorio para interpretarla y “materializarla”.
Acercamos el cielo a la tierra, encarnamos la espiritualidad.
Concluyendo: Materia/ Energía –Espíritu, son dos aspectos de una vasta y amplia realidad. Dispongámonos a trabajar con pico y pala la “dura” materia y a tejer con delicadeza la trama energética de nuestras vidas, pero estemos atentos y dispuestos a invertir la mitad de nuestra energía en cada tarea, sin sobrevalorar o desvalorizar a ninguno de estos aspectos.
Autores
Ing. Pedro Coronas
Lic. Sandra Dreifuss